Empezar a bailar desde un latido interno, un sentimiento del ritmo, una vivencia y disfrute por lo que se está haciendo. De la mano de esto viene el saber esperar el momento, comprender los recorridos, estirar las transiciones entre movimientos y llenarlas.
Afrontar la danza desde lo real y vital: el contacto con el suelo, el peso a tierra, mover el aire, abrirse al espacio y entregarse a lo que está sucediendo dentro y fuera de uno. Así la expresión y el movimiento cambian, el espacio se transforma y se colma de energía en continuo movimiento.